Maria Cosmes. Presencias
     

 

El primero de los grupos en los que he dividido su trabajo y que coincide básicamente con sus primeras primeras performances, Presencias, juega con un nivel de relaciones más personal, en el cual se presenta, se descubre, se hace descubrir, se hace ver, surge de su interior. Es la primera conexión con el otro. Ofrece la presencia de su cuerpo a los otros, se da a ellos, busca el acercamiento para crear un vínculo, débil en el principio, que posteriormente se convertirá en una relación.

Le Breton, hablando sobre la manera en que los sujetos de nuestra sociedad occidental representan al cuerpo dice: “El universo racionalizado es 'inhabitable' cuando falta la dimensión simbólica. El mundo desencantado aspira a nuevas espiritualidades: se ejerce un proceso de re-simbolización que a menudo funciona como un simulacro, objeto de una considerable inversión psicológica y que está basado en un amplio abanico de representaciones del cuerpo desarraigadas de su suelo original, de la filosofía y de los modos de vida que le otorgaban sentido, simplificadas, a veces, hasta llegar a la caricatura, transformadas en procedimientos técnicos... A través de la revalorización del cuerpo, el imaginario se toma la revancha. […] El sujeto de las metrópolis occidentales forja el saber que posee sobre el cuerpo, con el que convive cotidianamente, a partir de una mescolanza de modelos heteróclitos, mejor o peor asimilados, sin preocuparse por la compatibilidad de los préstamos. […] El sujeto raramente tiene una imagen coherente del cuerpo, lo transforma en un tejido plagado de referencias diversas. Ninguna teoría del cuerpo es objeto de una unanimidad sin fallas. Como el individuo tiene la posibilidad de elegir entre una cantidad de saberes posibles, oscila entre uno y otro sin encontrar nunca el que le conviene totalmente. Su libertad como individuo, su creatividad, se nutren de esta falta de certeza, de la búsqueda permanente de un cuerpo perdido que es, de hecho, la de una comunidad perdida. 4

Desmintiendo en cierta forma esta visión tan negativa de Le Breton, el esfuerzo resimbolizador del cuerpo en la obra de Maria genera una imagen continua, coherente y sobre todo unificada entre persona y cuerpo, siempre de manera comunitaria, y constituye a mi entender una de las aportaciones más importantes de su trabajo.

En Miradas, se revela ante los otros en situaciones incómodas o anómalas, situaciones en las que lucha por dejar un rastro sutil ante la indiferencia de los otros, mostrándose y demostrando su existencia, incluso ante aquellos que se niegan a reconocerla.

Juega con la mirada en acciones como Reflexión (2004) o Los ojos de los otros (2002), en las que los espejos que la cubren totalmente o en parte devuelven al público que la observa su propia imagen, quedando definida ella misma en la ambigüedad de lo que los demás ven y de lo que no ven. En estas y otras performances, Maria Cosmes introduce un elemento de vulnerabilidad, al trabajar con los ojos vendados, ciega e inerme, desorientada después de pasar largos periodos a oscuras en espacios a veces indefinidos, casi siempre desconocidos; así lo hace también, por ejemplo, en Rastros (2002), en la que va marcando con perfumes y esencias espacios y personas con los que se topa en su ciego deambular.

También en acciones como en Un domingo de verano en Innsmouth (2001), en la que cubre su cuerpo semidesnudo con arcilla verde en una playa familiar un día de verano, hay esa relación con la gente, que no sabe lo que estaba sucediendo y que mira a hurtadillas; se establece una relación de miradas, la relación de mirar al extraño, o mejor dicho, la relación de mirarlo sin querer hacerlo, o sin querer ser descubierto.

En Encarnaciones, plasma su búsqueda de la identidad en el reconocimiento de que esta se construye siempre en relación a los otros, frente a ellos, sin máscara o con la máscara de los otros. El cuerpo está presente con una clara conciencia de que todo recae sobre él y sobre la persona, sobre la propia representación, la que los otros y la cultura hacen de una misma y la que una misma hace con la carga adquirida. Las encarnaciones son la identidad proyectada, hablan de las imposiciones y de las obligaciones, tanto las culturales como las exigidas por las relaciones interpersonales, por la vivencia autobiográfica y por el día a día.

En La piel (2004) se reconstruye a partir de lo físico, en este caso su rostro, por la superposición de las máscaras en látex de las caras de un grupo de personas que se prestó voluntaria a ello. En la serie de acciones Lección de parentesco 1 y Lección de parentesco 2 (2001 y 2004) se define como ser social a través de sus relaciones personales, reescribiendo sus parentescos, más simbólicos que reales, sobre una imagen de su cuerpo desnudo.

En Mujer, objeto de la acción (1998) se proyectan verbos de obligación sobre su cuerpo en movimiento mientras se acerca a los asistentes y les explica un breve texto sobre la aceptación pasiva de la victimización por parte de los más débiles. En ¿Y los hizo a semejanza suya? (2009) golpea con una fusta un muro hecho de arcilla e invita a los asistentes a hacer lo mismo para, posteriormente, sobre el barro señalado, proyectar imágenes de los ideales de cuerpos masculino y femenino según los cánones clásicos y el suyo propio, desnudo.




Carlos Pina
Comisario independiente
director de eBent, festival internacional de performance de Barcelona (2003-2010)
febrero 2013